ANTE LA CRUZ
¡Dios mío! Pon en mis labios
besos de todos los niños
para besarte los clavos
que en tu cuerpo se han hundido.
Para que tengan consuelo
tus manos y pies heridos
y curarlos con mi aliento
y procurarles alivio.
Si el hierro hubiera sabido
que iba a tener esa suerte
nunca lo hubiera fundido
ningún herrero ni fuelle.
¡Dios mío! Pon en mis manos
la dulzura de las niñas
para arrancar con cuidado
tu cruel corona de espinas.
Para curar las heridas
que te causan en la frente,
fruto de la cobardía
y la maldad de la gente.
Si las espinas supieran
qué corona tejerían
por no dañar tu cabeza
las zarzas se secarían.
¡Dios mío! Pon en mi cuerpo
la fuerza del género human,
para bajar del madero
tu cuerpo crucificado.
Porque ese árbol de la cruz
son dos tablones cruzados,
uno que clava tus pies
y otro que clava tus manos.
Si el árbol hubiera intuido
que esa cruz iba a formar
seguro hubiera corrido
hasta arrojarse en el mar.
Clavos, espinas y troncos,
herramientas de pasión,
por redimirnos a todos
y darnos la salvación.
Es el misterio divino
de comprobar que su Cuerpo
hasta a la muerte ha vencido …
¡y nos espera en el Cielo!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes