EL JUICIO DE DIOS
Con el doblar de campanas
y el redoble de tambores
en la Corte se reciben
a nuncios y embajadores
que invitan a bodas reales
desde los reinos vecinos,
con festejos y torneos,
banquetes y buenos vinos.
Los Reyes ya se preparan
con su séquito de gala,
los caballos se engalanan
se aprestan para la marcha.
A los novios por regalo
llevan objetos preciosos,
algunos libros miniados
y joyas de plata y oro.
A los Reyes acompañan
los marqueses y los condes,
los caballeros y damas
de las familias más nobles.
Les guardan muchos soldados,
lo mejor de las mesnadas,
con pechos acorazados
y relucientes espadas.
Siguen cetreros, perreros,
escribanos, capellanes,
criados, pajes, escuderos,
los bufones y juglares.
En el palacio se queda,
tras el foso amurallado,
la Princesa más pequeña,
que apenas cuenta veinte años.
El Rey nombra a tres tenientes
para guardar su castillo,
su reino y su descendiente,
y ordena cometido:
“Ramiro, García y Sancho,
bravos de lucha probada,
fieles de honor demostrado
y de irreprochable fama.
Bien sabéis, nobles hidalgos,
que me tengo que ausentar,
que otros asuntos me llaman
lejos de aqueste lugar.
Les encargo la defensa
de mi palacio y hacienda,
que con sus vidas protejan
mientras que dure mi ausencia.
A vos, mi noble García,
os confío a la Princesa,
protegedla con la vida
y devolvédmela ilesa.
Bien la tendréis que cuidar,
que ella es mi mayor tesoro,
y deberéis preservar
su virtud y su decoro.”
Ya han pasado algunos días,
todo es sereno en palacio,
las tierras siguen tranquilas,
el tiempo pasa despacio.
Los Reyes no han regresado,
la Princesa se impacienta.
Manda a García un recado
de acudir a su presencia.
Del jardín en la espesura
y rodeada de flores
le requiere con dulzura
por recibir sus favores.
La joven dice a García
que la noche ha de pasar
hasta que despunte el día
cumpliendo su voluntad.
Que sus sueños e ilusiones
los tiene muy reprimidos,
porque amores y pasiones
nunca le han correspondido.
García cambia el semblante,
no esperaba oír lo que oye.
Haciendo acopio de aguante
con respeto le responde:
- “Señora, mi vida os debo,
pero también soy deudor
de quien es mi Rey y dueño,
vuestro padre, mi señor.
A él no puedo traicionarlo,
que quien guarda su confianza
en un amigo o vasallo
debe luego reencontrarla
intacta, pura y salvada
como una sagrada joya.
Soy reo de mi palabra
y guardián de vuestra honra.
Mi voluntad ya no cuenta
y la suya he de negar.
Mi corazón tiene dueña,
pues cerca de mi lugar
le di palabra de boda
a cierta hidalga doncella
hermosa y encantadora
que confiada me espera.
Con ella sellé mi pacto
de amor y fidelidad,
y se rubricó un contrato
que hoy tengo que respetar.
No me tiente más, mi dueña,
que tengo que defender
el honor de la Princesa,
mi conciencia y mi deber.
Vos que sois bella modelo,
de todos tan deseada,
con ojos de abierto cielo,
cuya mirada traspasa.
Qué fácil decir que sí
y caer en vuestra trama,
es difícil resistir
y no probar la manzana.
Deseada tentación
con que el demonio me tienta.
Princesa, pido perdón,
pero no acepto la oferta.”
La joven se enfureció.
No acostumbraba a desplantes
y a García le gritó
con unos ojos brillantes:
- “No obedeciste mi orden
y me enoja tu desaire.
No seré tuya esta noche
y tú no serás de nadie.
Tan apuesto caballero
que mi sangre azul rechaza,
y se niega a mis deseos
por respetar a una hidalga.
Ya que no has querido amarme
me vas a tener que odiar.
La venganza a este desplante
muy pronto la he de probar.”
El incidente se olvida.
La vida sigue con calma.
A un día sigue otro día
de rutina y de desgana.
De pronto, por la cañada,
se oyen algunos ladridos,
suenan trompetas lejanas
y se escuchan los relinchos.
En lontananza se aprecia
que el polvo se ha levantado
y señala la presencia
de mucha gente a caballo.
Se ordena la voz de aviso
y forma toda la guardia
en el patio del castillo
con militar arrogancia.
Y García les ordena
que levanten el rastrillo,
y que bajen las cadenas
de su puente levadizo.
Los tenientes de la plaza
al Rey el mando le entregan.
Los Reyes besan y abrazan
a su añorada Princesa.
Ésta le dice, de pronto,
al Rey, su progenitor,
con un tono silencioso
y con gesto de dolor:
- “Buen señor y padre mío,
le tengo que confesar
la afrenta y el desafío
sufrida por mi guardián.
García le ha traicionado,
pues requirió mis favores
con abuso y con engaño,
con actos embaucadores.”
El Rey de furia enrojece,
pero mantiene la calma,
al acusado se vuelve
y le dice estas palabras:
- “¡Maldito seas, García!
Que mi confianza has quebrado,
cuando yo a ti te creía
el mejor de mis soldados.
Acusación de Princesa
sería ya suficiente
para imponerte condena
salvo que pruebes que miente.
Por eso, de madrugada,
después de las oraciones,
tu afrenta será juzgada
y se te oirán tus razones.
De mi reino la Justicia
nunca regala cadenas,
que sólo después de un juicio
se pueden poner condenas.
Para poder exculparte,
como reo, habrás de hablar,
el Rey deberá escucharte,
y luego habrá de juzgar.”
Silencio guarda García,
entrega presto sus armas,
sus mismos hombres lo guían
hasta una celda cerrada.
Las oraciones resuenan
en la celda del palacio,
el alma no se serena,
las horas pasan despacio.
Nacen los primeros rayos
en el fondo del paisaje,
pintando con sus dorados
la torre del homenaje.
Maitines ya se han rezado
por capellanes y curas.
El prisionero es llevado
para juzgar su conducta.
El Tribunal se ha formado,
presidido por el Rey,
por ancianos magistrados
que deben cumplir la Ley.
Después de dar juramento
por Dios de decir verdad,
García calla un momento
y comienza a declarar:
- “El Rey elegir podría
entre su vasallos cien
y yo entre todos sería
el más leal y el más fiel.
Yo inocente me declaro
como sincero cristiano,
porque nunca he aceptado
la mentira ni el engaño.
Mas soy fiel a mi Señor,
fiel a su hija y su nobleza,
nunca podré reprochar
yo de nada a la Princesa.
Por eso acepto el castigo
que me den el Rey y el Cielo,
lo cumpliré complacido
sin rencor y sin recelo.
La Providencia ha querido
poner a mi alma esta prueba.
Por ser designio divino
humilde mi alma la acepta.”
De pronto el cielo se cubre,
por García se entristece,
se llena de negras nubes,
la tormenta es inminente.
Ahora toma la palabra
el capellán más anciano,
que de sabio tiene fama,
de justo y hasta de santo.
- “Yo ya no puedo callar
por mi estado y condición,
que la mentira tramada
me impone declaración.
El fuego de esa mentira
debe de ser apagado,
regado con agua viva
de la verdad sin reparo.
Quiso el azar que estuviera
muy cerca de la Princesa
cuando la misma a García
le planteó la contienda.
En el jardín, de oración,
yo escuché lo que decían.
La Princesa con tesón
quiso embaucar a García.
La joven de sangre real
le requirió sus favores,
por no poder controlar
sus deseos y pasiones.
No existió ningún ultraje,
pero mujer rechazada
se vuelve fiera salvaje
que sólo quiere venganza.
Nada en verdad reprochable
a ese joven caballero,
pues sólo puedo culparle
que por leal no es sincero.
Supo salvar la ocasión
con verdadero coraje,
y venció la tentación
con honor inquebrantable.
Si alguno mi confesión
pudiera ponerla en duda,
apelo al juicio de Dios
que no hay lengua más segura.
Que no hay testigo mejor
ni otro más fiel testimonio,
porque otras palabras son
las mentiras del demonio.
Que si mi boca dijera
la verdad y no mentira,
mi palabra verdadera
se alumbre con luz divina.”
En ese mismo momento
su cruz levantó en lo alto
y un relámpago de fuego
sus ojos les ha cegado.
El demoledor estruendo
que rompió la madrugada,
sobresaltando los cuerpos
y amedrentando las almas.
Un rayo de pura luz
se desprendió con su brillo
y fue a parar a la cruz
de la iglesia del castillo.
Produjo por un instante
que la cruz resplandeciera
con un destello inquietante,
como si de fuego fuera.
Cual si hablara de repente
con su luz el mismo Cielo.
Cual si fuera incandescente
por la fragua del herrero.
Todos hincaron rodillas,
todos cayeron al suelo,
todos la voz entendían
de nuestro Rey de los Cielos.
El cura empezó a rezar
con una voz poderosa
y la gente a contestar
con palabras temblorosas.
El Rey tomó la palabra
al acabar la oración,
cubrió al reo con su capa
y sentenció la cuestión:
- “Has sido tu, mala hija,
la que has querido inculpar
al fiel vasallo García
para poderte vengar.
El soldado más bravío
conformado con purgar
culpa que no ha cometido
por no quererte inculpar.
Por vengar un desengaño
casi arruinas una vida
y cometes el gran daño
de forzar una injusticia.
Por eso vas a purgar
la vileza de tu acción
con penitencia ejemplar
que te sirva de lección.
En clausura ingresarás
con las monjas del convento
hasta que puedas contar
de una semana hasta un ciento.
Pero no convivirás
con monjas de vida aislada,
sino las de caridad,
las que recorren las casas.
Tu vas a aprender con esto
a alimentar a los pobres,
a curar a los enfermos
y los valores del hombre.
Justo castigo para alguien
torcida de educación,
a quien no preocupa nadie,
caprichosa y sin tesón.
Si alguna cosa deseas
la arrancas sin compasión,
desde un corazón que anhelas
hasta una preciosa flor.
Así al final purgarás
tu vileza y tu mentira,
y así te harás perdonar
por tu Dios y por García.
A este soldado promuevo
al cargo de capitán
del cuerpo de alabarderos,
que es mi guardia personal.
Que hombre tan leal y honrado
yo debo recompensar,
que el descubrirlo es hallazgo
que tengo que valorar.”
La dama también ha hablado
con palabras de consuelo:
- “La voz de Dios he escuchado
en este terrible estruendo
que ha movido mi conciencia
de puro arrepentimiento.
Pido perdón a García
con un gran remordimiento.
Me ha iluminado la cruz
en la que rayo cayó,
con el fulgor de su luz
y la verdad de su voz.
Pasión no correspondida
y amores con desengaño
son una fiera que, herida,
sólo pretende hacer daño.
Mi pecado reconozco,
pido público perdón
y le ruego al Dios piadoso
que me de su compasión.
Que yo pretendo emplearme
en purificar mi acción
ayudando a mis hermanos
con paciencia y sumisión.“
Y aquí la historia acabó
de este suceso famoso
llamado el Juicio de Dios
tan bello y tan milagroso.
Recordarlo y repetirlo,
que se aprendan sus lecciones
de nobleza y sacrificio
por muchas generaciones.
-----oooOooo-----
© Manuel de Churruca y García de Fuentes