LA MONTAÑA

 

Todo el mundo relataba

en aquel pueblo remoto

que su montaña dorada

guardaba un bello tesoro.

 

Tantas veces lo escuché

y de gente tan dispar

que un grupo yo organicé

para subir al lugar.

 

Fueron muchas las pendientes,

las cuestas y las vaguadas,

y nuestra marcha ascendente

era penosa y cansada.

 

El sudor de nuestro cuerpo,

el dolor de nuestras piernas,

con el calor tan molesto

la subida se hizo eterna.

 

Pasaba una hora tras otra,

subirla ya era una hazaña,

¡no se quién puso tan alta

esa dichosa montaña!

 

¡Por fin! Al final llegamos

corriendo el uno tras otro,

y la cumbre coronamos

para buscar el tesoro.

 

No supimos qué buscar,

joyas o monedas de oro,

olvidamos preguntar

qué era en verdad el tesoro.

 

Vimos entonces un hombre

muy mayor, casi un anciano,

con ojos escrutadores,

con un bastón en la mano.

 

Saludamos con agrado

y entonces le preguntamos:

- “El tesoro tan nombrado …

¿dónde podremos hallarlo?”.

 

- “El tesoro es el llegar,

el esfuerzo realizado,

el conseguir una meta

después de tanto intentarlo.

 

El llegar hasta la cima,

el paisaje que se observa,

el sentirse por encima

de nubes y de problemas.

 

Ver a lo lejos el mar

bajo el cielo de verano,

sentir que puedes tocar

las estrellas con tus manos.

 

Ver volando al aguilucho,

muchas aves, planeando,

los colores son más puros

y tu cuerpo más liviano.

 

Sentir la fresca mañana,

oler la pura fragancia

de las flores de montaña

que crecen en abundancia.

 

El compartir el ascenso

lo mismo que los descansos,

ayudar al compañero

tras haberse tropezado.

 

El compartir la comida

con unos cuantos amigos,

entre charla divertida

y buenos tragos de vino.

 

Y diré una última cosa

a modo de conclusión,

que es una frase valiosa

que os servirá de lección:

 

Debéis buscar el encanto

de las cosas cotidianas,

el pasear por el campo

o el subir una montaña.

 

La felicidad la encuentras

en las cosas más pequeñas,

que al conseguir una meta

tu esfuerzo es … la recompensa”.

 

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 © Manuel de Churruca y García de Fuentes