LA MOSCA
Soy una mosca del campo
que ha entrado en una vivienda
y llevo una hora intentando
volver a salirme fuera.
En los cristales yo choco,
me alejo y tomo carrera,
y una vez más yo reboto
destrozando mi cabeza.
No entiendo qué me detiene …
como un aire congelado
o como tener enfrente
alguna invisible mano.
Mi cabeza ya me duele,
mi zumbido está cansado,
tengo rajada la frente
y mis mil ojos morados.
Pero aún hay algo peor
que chocar con los cristales,
que causa mayor dolor
por pegarse los iguales.
Es golpearse en el espejo,
porque siempre hay otra mosca
que la ves venir de lejos
pero que siempre te choca.
He intentado despistarla
cambiando el rumbo al final,
o dando largas cambiadas
o acelerando yo más.
Es inútil y al final
siempre me choco con la otra,
que ya me cae fatal
y me tiene un poco “mosca”:
“¿Por qué adivina mi vuelo?
¿Por qué siendo igual que yo
está más dura que el suelo?
¿Por qué no siente dolor?
¿Por qué si quiero salir
ella sólo quiere entrar?
¿Por qué se parece a mí
como si fuera mi igual?”.
He descubierto en mi vuelo
algunas heces marrones,
y unos huevitos he puesto
por asegurar mi prole.
Nacerán en esta casa
unas mil negras moscardas.
¡Qué suerte! Como una plaga
esta camada tan larga.
Lo que en verdad me alucina
son unos polvitos blancos
que guardan en la cocina,
más dulces que miel del campo.
Le llaman azucarero
y tiene tal cantidad
que por todo el basurero
yo lo podría cambiar.
Al final se ha presentado
un monstruo de esos muy feos,
de los que llaman humanos,
de delicioso excremento.
El gigantón ha gritado:
- “¡Mecachis! ¡Un moscardón!
¿Por dónde se habrá colado
este díptero traidor?”.
Los humanos me parece
que son un poco asquerosos:
Se lavan, no huelen peste …
¡y eso yo no lo soporto!
Tienen la piel reluciente,
desnuda y con poco pelo,
muy paliducha y caliente …
¡y encima … se creen bellos!
Acostumbrada a mi granja,
que hay animales preciosos:
perros peludos y vacas
y cochinos deliciosos.
Yo me he posado en su calva
y me espanta con su mano,
yo vuelvo y pierde la calma …
¡y se atiza un manotazo!
Pero de repente … ¡zas!
¡Con la paleta me ha dado!
Este es el triste final
de este insecto desgraciado.
Espachurradas mis tripas
sobre el tapete de cuadros,
así ha acabado mi vida …
¡y esta historia ha terminado!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes