CARLITOS
En mi pueblo había un tontico
que todo el mundo quería,
con la carita de niño
y una edad indefinida.
Pelo negro con entradas,
pero siempre bien peinado,
la cabeza algo abombada
y los dientes separados.
Si alguien de fuera decía:
- “Muchacho, ¿cómo te llamas?”,
- “Carlitos” les respondía
con un brillo en la mirada.
Era el hermano del cura
y en su casita vivía,
él cuidaba su locura,
lo alimentaba y vestía.
En todas las procesiones
llevaba la cruz de guía,
en medio de dos faroles,
con su cara de alegría.
Era el mejor monaguillo
y nunca faltaba a misa,
aunque se bebiera el vino …
algún sorbito a escondidas.
Para tocar las campanas
subía hasta el campanario,
anunciando a las beatas
los oficios de diario.
De las palomas cuidaba
con mijo y con otros granos,
y casi siempre llevaba
algún pichón en sus manos.
Presumía ante los niños
de su Ángel de la guarda,
Dios se lo había elegido
por que supliera su falta.
Por eso entre los peligros
nunca le pasaba nada,
y hasta nadaba en el río
y pastoreaba vacas.
Por las mañanas paseaba
y daba los “buenos días”,
a todo el mundo agradaba
y todos le respondían.
La gente le preguntaba
si mañana iba a llover,
y él con guasa contestaba:
- “Puede ser, … puede no ser”.
Siempre estaba sonriendo,
era pura simpatía,
y excelente recadero
por alguna propinilla.
A los bailes de la plaza
le gustaba ir los domingos,
y alguna vez se animaba,
y daba vueltas y brincos.
En las fiestas, por verano,
le daban algún vinillo,
sin que les viera su hermano
para evitar un conflicto.
Cabezudos por las calles
corría con otros niños,
todos los niños delante
y más delante Carlitos.
Siempre hacía cosas buenas,
como darle los paseos,
tras de su silla de ruedas,
a un niño que estaba enfermo.
Los perros abandonados
a su casa le seguían,
siempre les acariciaba
y les sacaba comida.
……………………….
A las doce de un domingo,
cuando el ángelus tocaba,
una campana a Carlitos
por los aires volteaba.
La caída fue muy breve,
el golpe fue seco y grave,
y el cuerpo quedose inerme
en un gran charco de sangre.
Con su cabeza aplastada
él seguía sonriendo,
mas trajeron una manta
con la que tapar su cuerpo.
Bajaron palomas blancas
desde el alto campanario
posando en la manta ajada
que servía de sudario.
Pronto el cura apareció
vistiendo larga sotana,
al suelo se abalanzó
y a su hermano se abrazaba.
Blanca y pura la bandada
de palomas hacia el cielo,
negras la manta y sotana
que se unieron en el suelo.
Él que en tantos funerales
predicó resignación,
hoy le toca resignarse
y soportar su dolor.
Dicen que en aquel instante,
pues mucha gente lo vio,
a sus pies estaba un ángel
llorando con emoción.
Era su Ángel de la guarda,
el que tan bien lo cuidó,
mas no podía hacer nada
porque el Señor lo llamó.
A Carlitos le tenía
reservado algún lugar
entre los niños y niñas
a los que quería más.
Como son sus preferidos
Dios siempre llora un poquito
cuando fallece algún niño
o se muere algún tontico.
Por eso sobre la escena
ha comenzado a llover,
y todo el mundo recuerda:
“Puede ser, … puede no ser”.
Las campanas ya no suenan,
mudo se ha quedado el pueblo …
mas una nueva paloma
se ve volando en los cielos.
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes