CUARENTA AÑOS

 

Aquel día celebraba

mi cuarenta cumpleaños,

mas desperté esa mañana

sin ganas de festejarlo.

 

Edad que marca frontera

entre joven y maduro,

rápidamente se acerca

lo que antes era futuro.

 

Donde comienza el declive

de todas las facultades.

nadie puede resistirse

y nadie puede ocultarse.

 

Te va creciendo barriga,

comienza a caerse el pelo,

los músculos se fatigan

y lo demás ni lo cuento.

 

Me levanté de la cama

y mi mujer me dio un beso,

no se acordaba de nada

y yo mantuve el secreto.

 

Mis hijos con “buenos días”

mohínos me recibieron,

sólo el perro parecía

un poquito más contento.

 

Luego, sin mucho apurarme,

me desplacé a mi oficina,

nadie pareció acordarse

de la importancia del día.

 

El trabajo resultó

especialmente aburrido,

sólo miraba el reloj

entre huraño y distraído.

 

Me tomé un negro café

en una taza rajada,

la lengua me achicharré

y me manché la corbata.

 

Solamente la belleza

de mi joven secretaria

aliviaba mi tristeza

con sonrisas solidarias.

 

Empezamos a charlar

de problemas del trabajo

y llegamos al final

a reír despreocupados.

 

Nos conectamos tan bien

en aquel rato tan largo,

que la convidé a comer

a un restaurante cercano.

 

Disfrutamos la comida

con rojo vino regada,

confidencias y sonrisas,

picardías y miradas.

 

A los postres me propuso

tomar el café en su casa,

y se aceleró mi pulso

cuando dije que aceptaba.

 

Nervioso como un mozuelo,

en mi coche la llevé,

ahogado con el anhelo

de encontrar algún querer.

 

Algún calor o consuelo,

un detalle extraordinario

que sirviera de recuerdo

del cuarenta aniversario.

 

Cuando entramos en su casa

ella se acercó a mi cara,

al tiempo que susurraba

con una voz apagada:

 

“Ponte cómodo, cariño,

espera, no tardo nada”.

Y después de hacerme un guiño,

desapareció en su casa.

 

Pasó un tiempo indefinido,

no se si fue largo o corto,

me sentía como un niño

entre asustado y nervioso.

 

Temblando como un polluelo

que tuviese mucho frío,

se me cayó el cenicero,

lo puse todo perdido.

 

De pronto prendieron luces

como yo nunca las vi,

y con enorme volumen

sonó el “Cumpleaños feliz”.

 

Se montó una escandalera,

una bulla, de repente, …

se abrieron todas las puertas

y apareció mucha gente:

 

Mi mujer, con una tarta,

con sus cuarenta velitas,

mis hermanos, mis hermanas,

mis sobrinos y mis hijas.

 

Mi secretaria, mi jefe,

compañeros de oficina,

la chica que vive enfrente,

mis vecinos y vecinas, …

 

Mi familia casi entera,

amigos y conocidos,

el cartero, la portera

y hasta algún desconocido.

 

………………..

 

Allí me quedé yo mudo,

con los ojos muy abiertos,

completamente desnudo,

con los calcetines puestos.

 

Moraleja:

 

Los hombres cumplen cuarenta

y no alcanzan la cordura,

porque el cerebro lo llevan

debajo de la cintura.

 

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© Manuel de Churruca y García de Fuentes