EL ABRAZO DE LA MUERTE
Veo su sombra rondando
las rendijas de mi casa,
busca el momento adecuado
para mi vida robarla.
La Muerte extiende sus brazos
sujetando su guadaña,
se acerca queda a mi lado
y con mi cuerpo se abraza.
Fuertes, frías y huesudas
son sus manos descarnadas,
como losa de una tumba
en una helada mañana.
Sin labios noto su beso,
dientes fríos en mi cara,
huelo su fétido aliento,
como una vieja alimaña.
Ya no hay salida, soy preso,
me cubre su negra capa,
en su regazo me acuesto
y, al final, no siento nada.
Me sumerjo lentamente
en una niebla cerrada,
que va nublando mi mente
y liberando mi alma.
¡Dios mío, acoge en tu seno
mi alma desencarnada,
que pueda entrar en el Cielo
como su eterna morada!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes