EL CEPILLO DE DIENTES
Soy un cepillo de dientes:
mi misión es la blancura,
es la limpieza e higiene
de toda la dentadura.
Mi lema es el transformar
el amarillo por blanco,
para que pueda brillar
y no se acumule el sarro.
Unos minutos trabajo
pero de forma muy dura,
frotando arriba y abajo
y en toda su curvatura.
Así tres veces al día,
primero por la mañana,
tras comer al mediodía
y al meternos en la cama.
Cuando su dueño es muy guarro
poco trabaja el cepillo,
y algunos sólo trabajan
en las bodas y bautizos.
Yo limpio muelas y dientes,
y con esmero los froto,
que es un trabajo decente,
aunque un poquito asqueroso.
Llaman cerdas a mis pelos,
por limpiar la porquería,
el sarro y los sedimentos
de dentadura y encías.
Otros cepillos han dicho
que yo soy el más marrano ...
me desprecian los cepillos
de la ropa y del calzado
Como otras buenas ideas
soy invento de los chinos,
que no se cómo se arreglan
pero siempre son muy listos.
Luzco erizada hacia el cielo
mi tiesa y firme melena,
y debo de ser muy viejo
pues blanca es mi cabellera.
Cuando estoy sin estrenar
mis duros pelos se estiran
y a veces hago sangrar
a las sufridas encías.
Vivo en un vaso con otros,
de plástico duro y brillante,
para que, si cae al suelo,
no se llene de cristales.
Allí todos convivimos,
con diferentes colores,
para no ser confundidos
por los dueños que nos cogen.
Porque no hay cosa más mala
que confundir los cepillos
e intercambiarse las aftas,
las bacterias y bichitos.
La pasta me da picor
cuando me la echan encima,
pero adoro su sabor
a fresa o a clorofila.
Después de algunas semanas
estoy viejo y despeinado
con mis cerdas muy gastadas
y abiertas por el trabajo.
Entonces mi ingrato dueño
se dirige a la botica,
se compra un cepillo nuevo …
¡y a la basura me tira!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes