GALANTEO
Volviendo a mi casa
crucé un caballero,
de muy rica capa
y enorme sombrero.
Con roja casaca
de buen terciopelo,
ceñidas las calzas
y botas de cuero.
Hebillas de plata,
bigote moreno,
afeitada barba,
sus ojos muy negros.
De guerra las marcas
sembraban su cuerpo,
medallas grabadas
de enemigos muertos.
Su espada asomaba
produciendo miedo,
su filo brillaba
con lengua de hierro.
Adusta su estampa,
ademán muy serio,
a todos causaba
respeto y recelo.
Al pronto me habla
de su sentimiento,
con voz apagada,
con tono sincero:
- “Brillan en tu cara
dos bellos luceros,
cual dos llamaradas
en el firmamento.
Tu gracia, galana,
para mi la quiero,
yo seré la llama
que encienda tu fuego.
Hace una semana
te sigo ligero.
De toda mirada
yo ya siento celos.
Cubriré de alhajas
tu pecho y tu pelo,
guardaré tu fama
con puño y con duelo.
Tu eres fuente clara
en desierto seco.
Tu eres la campana
que rompe el silencio.
Tu eres madrugada
en noche de invierno.
Tu eres la esperanza
de un camino nuevo.
Tu puedes ser tabla
del naufragio eterno.
Tu eres mano santa
que salva el infierno.
Tu serás mi dama,
ese es mi deseo.
Te ofrezco mi alma,
tu serás mi cielo.
Te daré palabra
de mi casamiento,
sin pedirte nada
te doy juramento.”
Responde la dama,
frunciendo su ceño:
- “No me creo nada,
yo mucho lo siento.
Las palabras vanas
de los galanteos
son sólo palabras
que se lleva el viento.”
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes