MI CRISTO PERDIDO
Mi madre me regaló
una cruz de oro muy bella
que dice perteneció
a no se qué tía abuela.
Un cristo antiguo y precioso
con una gruesa cadena,
que no escatimaba en oro
como las joyas modernas.
Se veía a Jesucristo
desnudo y crucificado,
perfectamente esculpido
sobre el madero dorado.
Esforzándote la vista
y mirándola de lado
podías leer arriba
un “inri” medio borrado.
La ley del oro o contraste
se veía por detrás,
para poder indicarte
la pureza del metal.
Cuando las calles se helaban
con el frío del invierno,
mi cruz caliente colgaba
en el centro de mi pecho.
Para pedir cualquier cosa
yo en silencio le rezaba
y debajo de la ropa
con mi mano la tocaba.
¡Cuántos años con mi cruz
seguimos el mismo viaje,
hasta que un mal día Tú
decidiste abandonarme!
Yo pasaba un mal momento
de desordenada vida
y Tú no estabas contento
con todo lo que veías.
Como rompe su cadena
para huir un condenado,
así pudiste romperla
para escapar de mi lado.
¡Qué triste y amargo adiós
al crucifijo perdido!
¡Qué inconsolable dolor
porque mi Amigo se ha ido!
¡Cien veces daría el oro
que a mi cruz hacía brillar
por encontrar mi tesoro
y volvérmelo a colgar!
¡De otro cuello colgará,
en el calor de otro pecho,
como en otro humano altar
de mayor merecimiento!
Me compré una cruz pequeña
sin imagen ni letrero,
hecha sólo de madera
colgada en cordón de cuero.
Así el descuido purgaba
del crucifijo perdido,
de mi racha desgraciada
y la huída de mi Amigo.
Moraleja:
Que una cruz de oro o de plata,
de madera o de metal,
bien se encuentre en ti colgada
como en un sagrado altar.
-----oooOooo-----
© Manuel de Churruca y García de Fuentes