QUEVEDO (Y OTROS)
Estaba Quevedo un día
sentadito en su sillón,
escribiendo poesías
con enorme inspiración.
La viuda que hoy es su esposa
de pronto le ha dado un grito,
que hace retumbar la alcoba
y al poeta dar un brinco.
- “¡Ayúdeme a hacer la cama!
¡Las mantas bien remetidas,
ahueque bien las almohadas
y estire bien las esquinas!
¡Siempre le estoy esperando,
como todas las mañanas!
Yo sola tardo un buen rato,
y entrambos no cuesta nada.”
Don Francisco a la sazón
se desconcentra y se asusta,
perdiendo su inspiración
y en desbandada sus musas.
El gesto lo torna serio
mirando a doña Esperanza,
más se aguanta un improperio
que se ahoga en su garganta:
- “¿Prefiere vuestra merced
de todos ser recordada
por quien pudiera leer
estas sentidas baladas,
que como gesto de amor
le escribo cada mañana,
dedicando mi canción
a mi dueña, tan amada?
¿O acaso prefiere vos
el dormirse calentita
en su mullido jergón
con mantas bien remetidas?
No me quiera distraer
con las labores caseras,
que así se van a perder
del verso muy buenas piezas.”
Doña Esperanza Mendoza
compone el gesto y contesta,
con un poquito de sorna,
meneando la cabeza:
- “Mi casa no necesita
que vos sea el que componga
los versos y poesías
que a otras personas asombran.
Que yo prefiero en mi casa
que ayuden sus ambas manos
haciendo catres y camas
trayendo troncos y palos
que alimenten la candela,
que ha de estar siempre encendida,
vigilando bien la hacienda
y ayudando en la cocina.
Que otros maridos verseen,
si sus señoras les dejan,
que yo prefiero tener …
¡casa limpia y camas hechas!“
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes