EL CEREZO
Un hombre contó a sus hijos
que había un cerezo grande
justo en el valle vecino,
a la vera de un estanque.
A sus cuatro hijos les dijo
que allí los iba a mandar
para saber qué habían visto
y su opinión comprobar.
Así mandó al primer hijo
en el frío mes de enero,
señalándole el camino
hacia el lejano cerezo.
A su regreso contó
haber visto un árbol negro,
sin hojas, fruto ni flor,
desnudo, triste y funesto.
Parecía un esqueleto
que hacia el cielo se lanzaba
o un atormentado espectro
junto a la laguna helada.
Al segundo de sus hijos
lo mandó en el mes de mayo,
y llegó al mismo destino
que ya lo hiciera su hermano.
Pero a su vuelta narró
que el árbol visto era blanco,
con toda su copa en flor,
el más precioso del campo.
Como una gavilla blanca
de las flores más hermosas
que brillaban y exhalaban
sus perfumados aromas.
Seguidamente al tercero
lo envió en el mes de agosto,
y tomó el mismo sendero
un día muy caluroso.
Al volver, su descripción
fue haber visto un árbol verde,
con los toques de color
de las cerezas pendientes.
Cual cesto lleno de frutos
entre las hojas brillando,
tentadores y maduros,
rojos, granas y encarnados.
Y por fin su cuarto hijo
se fue en el mes de noviembre,
cuando ya pasó el estío
y antes que los fríos lleguen.
Este volvió conmovido,
vio un árbol con mil colores,
rojo, naranja, amarillo, …
como un macizo de flores.
Parecía que del tronco
saliera una llamarada,
como un fuego luminoso
que el lago lo reflejaba.
El padre reunió a sus hijos
por compartir sus historias,
comprobando sorprendidos
cómo eran contradictorias.
Es como si hubieran visto
árboles muy diferentes,
con colores muy distintos,
negro, blanco, rojo o verde.
Cada estación un color,
cada hijo distintas cosas.
desnudo, lleno de flor,
con hojas verdes o rojas.
El padre saca lección
y así les habla a sus hijos:
- “Aprended que la ocasión
hace los hechos distintos.
Nunca podemos juzgar
las cosas con rapidez,
hay que saber esperar,
hay que pensarlas muy bien.
El cerezo que habéis visto
es vuestro ejemplo mejor,
es el mismo y es distinto
cada siguiente estación.
Puede estar feo y desnudo
o vestido de color,
estar cargado de fruto
o hermoso como una flor.
Todos tenéis la razón,
cada cual describirá
sólo una aislada estación
de la vida del frutal.
Si condenáis al cerezo
por su apariencia inicial,
cuando ya pase el invierno
ya no podréis disfrutar
de sus frutos tan maduros,
de su flor primaveral,
de sus colores tan puros
en la estación otoñal.
Pase cada uno su invierno
para poder disfrutar
de mil felices momentos
que la vida te dará.
Ni un árbol ni una persona
puede ser nunca juzgada
por racha alegre o llorona,
por una estación aislada.
Sólo al final de una vida
se puede hacer un balance,
si una persona es querida
por lo que hizo y por lo que hace.
Las apariencias engañan
al que a juzgar se apresura,
sólo decisión pausada
puede ser sabia y segura.”
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes