El Martirio de Santiago. Retablo mayor de la Iglesia de
Santiago en Puente la Reina (Navarra), “donde todos
los caminos a Santiago se hacen uno solo".
EL VERDUGO DE HERODES
Yo nací en tierras lejanas
que llaman de Galilea,
por romanos dominada
con sus legiones guerreras.
Mi carrera de soldado
se estrelló contra una lanza
que me dejó desgraciado
al herirme en la batalla.
Y tullido desde entonces
soy verdugo y carcelero
del notable Rey Herodes,
cuyo nombre causa miedo.
Hoy así me he convertido
en el más cruel villano
asesinando hasta niños
de los que llaman cristianos.
Tengo mis manos manchadas
con sangre de muchas gentes
que fueron ejecutadas
siendo todas inocentes.
Pues la lengua de mi espada
otras muchas acalló
que la doctrina cristiana
predicaban con ardor.
Poco a poco yo me ahogaba
en océanos de sangre,
mi propia muerte esperaba
sin importarme ya nadie.
De noche no descansaba,
no podía consolarme,
el sueño no se posaba
en mi conciencia culpable.
……………………………..
Un día trajo la guardia
a un hombre imponente y fuerte,
con su barba muy poblada
y mirada inteligente.
Un hebreo pescador
del gran lago galileo
que todo lo abandonó
por seguir al Nazareno,
Por su voz “Hijo del Trueno”
su Maestro lo llamaba,
pues te calaba muy dentro
la potencia con que hablaba.
Con sorprendente paciencia
él su destino aceptaba.
A pesar de su inocencia,
resignado, no luchaba.
Tú te sentías extraño
cuando ese hombre te miraba
con un fulgor azulado
que te llegaba hasta el alma.
Herodes mandó cortar,
como escarmiento, su cuello,
para que no hablara más
soliviantando a su pueblo.
Era su doctrina extraña
pues su base era el amor,
todos hermanos y hermanas
hijos de un Dios creador.
Debiendo de perdonar
incluso al que es tu enemigo
y a todo el prójimo amar
como uno se ama a sí mismo.
Encerramos a aquél hombre
en una celda segura
por que pasara la noche
esperando su tortura.
Era la noche final
en la que el reo no duerme,
tiempo para recordar …
¡toda la vida es presente!
El primer rayo de sol
que alumbrara el nuevo día
sería el último adiós
que el reo recibiría.
Toda la noche pasamos
escuchando sus andanzas
y sin poder separarnos
del calor de sus palabras.
Su fuerte voz daba paz,
le daba a mi alma consuelo,
y yo sentí que jamás
oí nada más sincero.
Su gran viaje nos contó
hasta las tierras de Hispania,
allá donde muere el sol,
donde la tierra se acaba.
Su insistente predicar
en esas tierras lejanas
sin conseguir ablandar
las encallecidas almas.
Hasta que, en una ciudad
llamada Cesaraugusta,
María, en carne mortal,
le ofreció toda su ayuda.
Apareció en un “pilar”
la madre de su Maestro
para intentarlo animar
con su apoyo y su consejo,
Le reveló su martirio
mas prometió que su tumba
sería un sagrado signo
de la cristiana cultura,
la meta de peregrinos
más numerosos que estrellas,
más que las gotas del río
que discurría a su vera.
Y fluiría el mismo río
por aquel cielo estrellado,
formando un blanco camino,
el “Camino de Santiago”.
Desde aquella aparición
a orillas del río Ebro
su predicar se tornó
más fecundo y verdadero.
Y así fue que consiguió
plantar la buena semilla
en el país donde el sol
más puro y alegre brilla.
Sus gentes se convirtieron
a la luz de la Verdad,
su bella tierra ofreciendo
a la Virgen del Pilar.
… Tanto el reo se confió
que nos contó su gran pena
cuando el mismo se escondió
después de la Última Cena
y no pudo acompañar
a Jesús en el Calvario,
a diferencia de Juan,
su joven y audaz hermano,
que hasta el final lo siguió,
hasta el último momento
en que Jesús expiró
clavado sobre un madero.
La amena conversación
hizo que el tiempo corriera,
la noche pronto pasó
sin darnos apenas cuenta.
Y no podía entender
que mi corazón de piedra
pudiera compadecer
al hombre de aquella celda.
Poco antes de amanecer,
y como sayón experto,
la ejecución preparé
afilando el duro hierro.
Condujimos al penado
por las estrechas callejas
que conducen al Calvario,
monte de peladas piedras.
Mas, cuando llegó el momento
de seccionar aquel cuello,
no dejaba de temblar
como lo hacían los reos.
Yo que nunca me turbé
por muertes y asesinatos
no podía comprender
cómo temblaban mis manos
al tratar de degollar
aquella blanca garganta
que tanto me hizo pensar
tras esa nocturna charla.
Yo nunca un golpe fallé
mas me turbó la mirada
del hombre que iba a matar
bajo el tajo de mi espada.
Un río de sangre roja,
que causó el golpe fatal,
regó las piedras redondas
de aquel sagrado lugar
en el que unos años antes
también fuera derramada
la preciosísima sangre,
la más divina y sagrada,
de Jesús, el Nazareno,
el Hijo del Padre Dios,
propiciatorio Cordero
de la humana Salvación.
………………………….
Desde aquel aciago día
solo encontré soledad,
tristeza y melancolía
sin poderme consolar.
Devorado por la fiebre,
tendido sobre mi cama,
en las semanas siguientes
no encontraba ya esperanza.
En mi cabeza sonaban
sus palabras nuevamente,
tan potentes y tan claras
como el día de su muerte.
El tiempo que iba pasando
no aliviaba mi gran pena …
yo siempre, siempre pensando,
como una eterna condena,
en el hombre ejecutado
que removió mi conciencia
pues aquel asesinato
para mí … fue igual sentencia.
Decidí cambiar mi vida
y me agregué a sus amigos,
aprendiendo sus doctrinas
y recibiendo el bautismo.
Yo fui bautizado en sangre,
con la sangre del Apóstol,
cuando salpicó mi carne
y me la tiñó de rojo.
Así supliqué el perdón
por su muerte y por mi vida,
por tanta sangre y dolor,
por tanto mal e injusticia.
…………………………….
El cuerpo de nuestro Apóstol
decidimos ocultar,
con Atanasio y Teodoro
nos hicimos a la mar.
En la barca más segura
que al cabo nos ofrecieran,
de una madera tan dura
que dicen que era de piedra,
la singladura empezamos,
el viaje hacia Compostela,
mares profundos surcando
hasta el confín de la tierra.
El pescador regresaba,
como años antes lo hiciera,
a nuestras costas hispanas
en la nave marinera.
Y en un lugar de Galicia,
al que llaman de Iria Flavia,
enterramos sus reliquias
por conservarlas intactas.
Dejamos, con devoción,
su gran cuerpo, embalsamado,
con la inscripción de “Jacob”,
su cabeza bajo el brazo,
en un oculto lugar.
entre unas losas de mármol,
con el fin de preservar
aquel lugar tan sagrado.
Tras la muerte de Teodoro
y después la de Atanasio,
ya me he quedado yo solo,
su sepulcro custodiando.
Cada noche y cada día
soy siempre el que reza y ora,
y el que mantiene encendida
una luminosa antorcha
sobre la tumba divina
que me he propuesto velar,
que con su luz ilumina
mi apacible soledad.
Ironías de la vida
que, quien procuró su muerte,
hasta su vida daría
por su tumba defenderle.
La mano que le mató
es hoy la que le defiende
esperando su perdón
como humilde penitente.
La vida que le quité
por la mía cambiaría
y es lo que hace padecer
mi pobre alma arrepentida.
Algún día encontrarán
el cuerpo de este ermitaño,
la llama se apagará
sobre el sepulcro olvidado.
Este olvido protector
cuidará el tesoro santo …
hasta que lo quiera Dios
y sea de nuevo hallado.
Y así al fin se cumplirán
las promesas de María,
convirtiendo este lugar
en eterna romería
de innumerables cristianos
que allí peregrinarán
para rezar ante el Santo
y pedir perdón y paz.
Yo fui el primer peregrino
que hasta aquí pudo llegar,
el que inauguró el camino
que otros muchos seguirán,
más que estrellas en el cielo
que en la Vía Láctea lucen,
más que las aguas del Ebro
que en el vasto mar se funden.
¡El Camino de Santiago
sobre tierras peregrinas …
y otro de radiantes astros
en la bóveda infinita!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes