FOGATAS DE OTOÑO
La casona de mi abuela
tenía un patio arbolado
y llovían hojas muertas
justo al final del verano.
Todos los primos pequeños
rastrillábamos el patio
y la hojarasca del suelo
formaba un montón muy alto.
Luego una simple cerilla
el incendio desataba
y, cuando la pira ardía,
era una fiesta en mi casa.
Ojos de niños absortos
que las llamas reflejaban,
la liturgia del otoño
que otro año se celebraba.
Trasteábamos la hoguera
con unos palos muy largos
y, como si antorchas fueran,
los alzábamos en alto..
Un humo de nubes blancas
iba elevándose al cielo
formando recta fumata
como columna de incienso.
El patio quedaba limpio
y la pared chamuscada,
pero lo que nunca olvido
es el olor de esas llamas.
Cuando huelo todavía
el humo de hojas quemadas …
¡rememoro aquellos días
y añoro aquellas fogatas!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes