LA NIÑA AUSENTE
Cuando iba a ver a la niña,
a la niña accidentada,
la vida no la entendía,
tan injusta y despiadada.
Pues en esta lotería
de cosas buenas y malas,
se le privó de alegría
al tocarle esa desgracia.
¡Tanta pena producía
con su mirada extraviada,
con su mirada perdida
en la niebla de la nada!
Sentía pena infinita
de ver la niña en la cama
con ojos que parecían
que, llorosos, no lloraban,
que su drama presentían,
que, mirando, no miraban,
que poco a poco morían
como un fuego que se apaga.
Una mueca, por sonrisa,
que su boca dibujaba
y unas gotas de saliva
que en su mentón resbalaban,
y, babeando, caían
en su camisola blanca,
junto a sus manos vacías
que siempre ociosas estaban.
¡Y es que mi alma se rompía
cada vez que la miraba
y mis lágrimas salían
de su corteza agrietada!
Yo le apartaba mi vista
y en silencio meditaba
el por qué se permitía
aquella muerte callada,
pájaros que no podían
volar con sus rotas alas
o la silente agonía
de alguna rosa tronchada,
por qué el azar nos arruina
al comenzar la jornada,
por qué de tanta injusticia,
de tanta llama apagada …
Y pienso dónde camina
la mente de la muchacha,
que nos parece dormida
pero es seguro que marcha
por una senda escondida,
por el sol iluminada,
teniendo por compañía
a algún ángel de la guarda
que sus pasitos los guía
por tierras bellas y llanas,
apretando su manita
con su blanca mano santa,
produciéndole caricias
con el roce de sus alas,
cantando las melodías
que a la niña le encantaban …
Si alguna vez tú divisas,
al despertar la mañana,
la silueta indefinida
de una niña acompañada
y escuchas algunas risas
y una música lejana …
¡es el ángel con su niña
que cerca, muy cerca, pasa …!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes