LA SILLA DE RUEDAS
Hoy he visto una muchacha
sentada en silla de ruedas
con una perra sin raza
sujeta con una cuerda.
Por la avenida pasaban
a la par, por la ancha acera,
como una insólita estampa
que al mirarla daba pena.
Era fría la mañana,
la calle medio desierta,
y una neblina cerrada
envolvía a la pareja.
Con ambas manos giraba
la pesadez de las ruedas
y a tirones avanzaba
moviendo la silla vieja.
La juventud de su cara
se ahogaba por la tristeza.
Sus ojos sólo brillaban
cuando miraba a su perra.
Ésta a su ama se acercaba
y apoyaba su cabeza
en sus dos piernas lisiadas
por hacerle una zalema.
Su vista no la apartaba
de los ojos de su dueña
como una feliz esclava
que alegre vive por ella.
Sus manos la acariciaban
y apretaban sus orejas.
Y al verlas todos pensaban
¡qué buenas amigas eran!
Y yo perdí mi mirada
en las lejanas siluetas,
hasta que el cuerpo de ambas
quedó fundido en la niebla …
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes