LA VIUDA JOVEN
La joven viuda no llora,
su dolor ya se secó.
¡La muerte de su marido
los ha enterrado a los dos!
Tres bellas niñas brotaron
al florecer sus amores,
más el rosal se ha secado
antes que sus propias flores.
Hoy sólo son las tres rosas
la razón de su existir,
su consuelo cuando llora,
su alegría de vivir.
A la hora de la comida
la viuda y sus niñas comen,
más una silla vacía
les amarga los sabores.
Nunca se la ve en la calle,
ni en la feria ni en las fiestas
y cuando a la misa sale
cubre un velo su cabeza.
Siempre tapados sus brazos,
falda cubriendo rodillas,
el escote recatado
y una cara sin sonrisas.
Cuando pasea algún día
su luto por las aceras
va a cada lado una niña
y en brazos otra pequeña.
Ni un hombre entrará en su casa,
ni un hombre entrará en su vida,
censurada y vigilada
por el cura y sus vecinas.
Los casados la contemplan,
les conmueve su tristeza,
y hasta alguno la desea
por su candor y belleza.
Fruta al fin desperdiciada,
labios que ya nunca besan,
su dulzor a nadie embriaga,
su frescura se reseca.
Los mozos también la observan
casi a escondidas, curiosos,
como se mira a una muerta,
con cierto temor morboso.
Podría ser otra moza
de las que sueñan casarse,
más la ven como otra cosa …
como se mira a una madre.
Su blanco cuerpo cubierto
por el luto y por la pena,
como un blanco y puro hielo
que cubre la noche negra.
Son sus joyas permitidas
dos alianzas en el dedo,
el color de sus mejillas
y el brillo de su cabello.
A veces … se vuelve loca
y apaga en el agua fría
la sed de amor que le ahoga,
su fiebre de ser querida.
Cuando levanta su pecho
el calor de una emoción
y siente latir muy dentro
el eco de una pasión,
aprieta sus ambas manos,
cierra sus ojos con fuerza,
sueña sentir unos brazos
que fuertemente la estrechan.
Cuando estaba con su esposo
las noches eran muy cortas,
hoy su lecho está muy solo,
parece eterna cada hora.
Y busca en su fría cama
al amante que se ha ido
y abraza fuerte la almohada
cual si fuera su marido.
Repite en sueños el nombre
del ser que tanto quería,
recordando aquellas noches
en que el amor no dormía.
Ella conserva la ropa
de aquel que un día fue su hombre
y en ella esconde su cara
por recordar sus olores.
El tesoro que ella guarda
ya nadie lo encontrará
porque ha sido condenada
a vivir en soledad.
¡Cuántas caricias perdidas
en el tacto de sus manos!
¡Cuántos besos, cuántas risas
que para siempre se ahogaron!
Una vejez que ya empieza
y una juventud perdida.
Niña con vida de vieja,
vieja con cara de niña.
La joven viuda no llora,
su dolor ya se secó.
¡La muerte de su marido
los ha enterrado a los dos!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes