NOCHE DE SED
Era de noche. En la casa
todos estaban durmiendo.
Me levanté a beber agua
medio a tientas, medio en sueños.
Cuando encontré la cocina
me pegué un susto tremendo
pues otra persona había
que estaba también bebiendo.
¡Sólo podía ser “ella”,
ironías del destino!
Ocultaba su belleza
con un camisón muy fino
que, transparente, mostraba
la silueta de su cuerpo,
como envuelta en una gasa
o en una nube del cielo.
Ella se quedó muy quieta
no sorprendiéndose al verme,
como si una cita fuera
reservada por la suerte.
Sonreía su mirada
y tenía el pelo suelto.
Una gota resbalaba
entre sus labios de fuego.
La hubiera reconocido
sin dudar, en un momento,
solo con haber olido
el perfume de su cuerpo.
Un dedo puse en sus labios
por mantener su silencio
y ella lo cogió, apretando,
con sus labios entreabiertos.
Un muro cayó entre ambos,
se rasgó un antiguo velo
y, sin habernos tocado,
se fundieron nuestros cuerpos.
Como si no hubiera nada
en la tierra o bajo el cielo,
tan solo nuestras miradas
y nuestros labios sedientos.
Yo la estreché en un abrazo,
ella se colgó en mi cuello
y vi que estaba temblando
como una niña con miedo.
Me sorprendió el breve talle
que en su cintura mediaba
y su piel tan tersa y suave
que en mis manos se crispaba.
Yo le acaricié primero
los contornos de su cara
y el largo y rubio cabello
que caía por su espalda.
Fuimos los dos conquistando
nuestras pieles entregadas
con caricias de las manos
que sin ceder avanzaban.
El corazón nos latía
de una forma acelerada,
palpitando en armonía
nuestros pechos jadeaban.
Rodeada por mis brazos
como una ciudad sitiada
y al fin su cuerpo agotado
franqueó sus puertas cerradas.
La pasión abrasadora
nuestra conducta guiaba,
hasta encajar nuestras formas
y hasta soldar nuestras almas.
Noche ardiente en que bebimos
en nuestras bocas placer
combatiendo un fuego vivo
que no apagó nuestra sed.
Por tanto tiempo escondido
que creció bajo la piel,
amor siempre reprimido
que nadie debía ver.
Nunca volvimos a hablar
de nuestro casual encuentro
y nadie supo jamás
que ocurriera aquel suceso.
Tanto es así que pensé
que quizás nunca ocurrió,
que el amar a esa mujer
fue sólo imaginación.
Sin embargo, cada vez
que yo me encuentro contigo
y tu cara vuelvo a ver
y muy profundo te miro,
sé que la escena narrada
no fue un sueño de amor loco …
¡pues la vuelvo a ver grabada
en el fondo de tus ojos!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes