PIEL DE OTOÑO
Cuando el verano termina,
mientras que los fríos llegan,
vemos que el campo se abriga
con su manta de hojas secas.
Es esta piel del otoño
con que se viste la tierra,
con los colores vistosos
que adornan las hojas muertas.
Una alfombra color fuego
que tapiza todo el campo,
naranjas, pardos, bermejos,
amarillos y dorados.
Vasto mar de hojas inertes
que se extienden por el prado
y los árboles parecen
como mástiles de barcos.
El color de la arboleda
se volvió color del suelo
y mostró en la altura abierta
el puro azul de los cielos.
Hojas que fueron las copas
de los árboles más altos
y hoy sólo son muerta alfombra
que al invierno brindan paso.
La alfombra se adapta siempre
a los valles y montañas
y va forrando el relieve
de laderas y vaguadas.
Voy dando cortos pasitos
sobre la seca hojarasca,
el suelo siento mullido,
sus crujidos me delatan.
Las hojas verdes y frescas
que dieron sombra y amparo
son sólo pieles resecas,
como pétalos cuarteados.
Cuando el viento las levanta
y en remolino las mueve
en la tierra forman calvas
que se tapan nuevamente.
Sólo escapan a la inercia
las hojas que caen al río
y poco a poco se alejan
formando andante camino.
Separados de la tierra
por otoñal manto blando
de hojas que forman las capas
que se renuevan cada año.
Cuando las hojas se pudran
formando una pasta negra
se convertirán en turba
para enriquecer la tierra.
El círculo de la vida
es el que hace que, quien muere,
pueda servir de comida
y a otros seres alimente.
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes