TESOROS INFANTILES
De pequeños, había objetos
que eran mágicos tesoros
y a todos los compañeros
los mostrábamos dichosos.
Las cosas que ellos hacían
eran mágicas y extrañas,
gran asombro producían,
nadie sabía explicarlas.
De los repletos bolsillos
se sacaban los objetos
y se formaban corrillos
pues todos querían verlos.
Una pequeña linterna
con su pila de petaca
daba luz amarillenta
que a todos nos fascinaba.
La desmontamos mil veces
para luego mil montarla,
queriendo encontrar la fuente
de la luz que iluminaba.
Hasta rompimos su pila
sacando una negra pasta
que por dentro ella tenía
y que a todos nos manchaba.
Una lupa de cristal
con alguna melladura,
con anilla de metal
que perdió su empuñadura.
La poníamos delante
del ojo de algún amigo
para así verlo gigante
y reírnos un ratito.
Luego una mosca cazada
o el dibujo de algún libro,
una hormiga infortunada
o la espinilla de un niño.
Y cuando lucía el sol
era un buen día de suerte
y empezaba lo mejor
que era quemar los papeles.
Concentrando los rayitos
en un punto del papel,
se iba poniendo negrillo
hasta que empezaba a arder.
Magia, prodigio y milagro
para la mente infantil
y un castigo asegurado
si nos pillaban allí.
Otro objeto incomprensible,
los codiciados imanes,
que podían adherirse
fuertemente a los metales.
El patio se rastreaba
con los imanes tocando,
para ver dónde pegaban,
todas las cosas probando.
Y sentir en ambas manos
dos imanes caprichosos,
atrayéndose de un lado,
repeliéndose por otro.
Las cristalinas canicas
que rodaban por el suelo,
suaves, redondas y frías
como bolitas de hielo.
Eran brillantes y claras,
tenían colores dentro,
y si al trasluz las mirabas
estallaban en destellos.
En el recreo jugaban
a meterlas en agujeros,
pero al fin se las quedaba
el que ganaba en el juego.
Algún amigo atrevido
conseguía una navaja,
aunque esto estaba prohibido
y tenías que ocultarla.
Con la navaja podías
afilar ramas y palos
y probar tu puntería
en el tronco de algún árbol.
Y grabar las iniciales
de tu nombre y de otra niña
sobre los bancos del parque
en un corazón metidas.
Otro amigo se traía
huesos de frutas variadas,
un agujero les hacía
y la almendra les sacaba.
Y así creaba silbatos
con diferentes sonidos,
todos con ellos chiflando
dando molestos pitidos.
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Hoy día somos mayores,
sabemos todos los temas,
tenemos explicaciones
para todos los problemas.
La inocencia hemos perdido
y la magia y el encanto
de las cosas que de niños
un día nos asombraron.
Que nos daban alegría,
nos hacían más dichosos,
convirtiendo cada día
en distinto y prodigioso.
Debemos hacernos niños
y recuperar el goce
de los milagros sencillos,
de los tesoros más pobres,
de disfrutar el misterio
de las cosas asombrosas
y escapar del cautiverio
de explicar todas las cosas.
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes