TORO DE LUNA
La noche viste de toro
zaino de negra hechura
y son dos astros sus ojos,
sus cuernos, la blanca luna.
Sobre ese cielo infinito
parpadean las estrellas
como gotas de rocío
cuando amanece en la sierra.
El toro libre se siente
y va trotando a sus anchas
mientras la vacada duerme
y todo el campo descansa.
Cuando va al abrevadero
ve la luna reflejada
junto a miles de luceros
en el espejo del agua.
Es toro de raza brava,
de sangre roja y caliente,
de trapío y buena casta,
que nunca temió la muerte.
Su cuerpo muestra señales
de su toreo en la plaza,
huellas profundas y grandes
sobre su partida espalda.
En medio de la faena
salió una luna temprana
y el toro comprendió al verla
que su suerte iba a cambiarla.
Aguantó seis banderillas
tras doce suertes de vara,
la arena quedó teñida
de fresca sangre encarnada.
Tras esa fiera pelea
con caballo y con torero,
demostrando su nobleza,
peleando en el albero,
se volvió la plaza blanca,
nevada por los pañuelos …
¡su indulto solicitaba
toda la afición a un tiempo!
El perdón fue su castigo,
el indulto, su sentencia,
y en vez de morir tranquilo
la vida fue su condena.
Pasaron largas semanas
hasta curar sus heridas,
mas las heridas de su alma
no sanarán en su vida.
A su dehesa hoy ha vuelto,
al frente de su manada,
mas, por las noches, despierto,
ya nunca encuentra la calma,
y trota, y galopa, y corre,
sin respiro y sin descanso,
una noche y otra noche,
con su dolor solitario …
Noche, luna y toro fiero
sobre la inmensa pradera,
nunca encuentra su consuelo,
nunca olvida su tristeza.
¡Y no hay suficiente campo
ni existe luna tan bella
para olvidar tanto espanto,
tanto dolor …, tanta pena …!
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© Manuel de Churruca y García de Fuentes